28 de octubre de 2013

Zambita de la ciudad



Zambita de la ciudad



Zambita de la ciudad,
la que le canta a mis penas,
ahuyenta las penas malas
y me acaricia las buenas.

Zambita de la ciudad,
la que canta mi alegría,
en el balcón de mi alma
suena de noche y de día.


Zambita de la ciudad,
mi zambita ciudadana,
no le canta a la montaña,
ni a la quebrada, ni al valle,
sino al cielo de mi calle,
sino al sol de la mañana.


Zambita de la ciudad,
zambita humilde, modesta,
cada vez que yo la canto
me pone el alma de fiesta.

Zambita de la ciudad,
de mi cortada Amambay,
zambita de lo que tengo,
zambita de lo que hay.


Zambita de la ciudad,
que suena donde me halle,
no le canta a la montaña,
ni al valle, ni a la quebrada,
sino al sol de la mañana,
sino al cielo de mi calle.


Douglas Wright


23 de octubre de 2013

El balcón ha florecido





El balcón ha florecido


El balcón ha florecido,
ya estamos en primavera,
ha florecido la planta
—la alegría del hogar—,
y ha florecido la ropa
—las sábanas y las mantas,
el pantalón, la remera.

El balcón ha florecido,
la ropa al sol y las flores
—flores blancas, flores frescas,
ropa de todos colores.


Douglas Wright


19 de octubre de 2013

Mir y yo - (nada de eso)



Mir y yo - (nada de eso)



No, no es como si me reencontrara con una parte de mí cada vez que me encuentro con Mir (una parte de mí casi olvidada —que andaba en otro planeta y viene a reencontrarme).

No, no es como si la piel de Mir se quedara en mi piel cada vez que Mir se vuelve a su planeta (y mi piel se quedara en la suya, también).

No, no es como si una energía viniese de Mir hacia mí —y fuese de mí hacia Mir— a gran velocidad (a la velocidad de la luz, tal vez —o a esa velocidad instantánea que tiene la vida).

¡No, no, no!, no es como si Mir y yo fuésemos una especie de “Mir-y-yo” más diverso y múltiple que “Mir” y “yo” por separado.

Y no, no es como si Mir y yo fuésemos todas las miradas cuando nos miramos, todas las caricias cuando nos tocamos, y todo el amor (ése que no es ni mucho ni poco, sino sólo amor) cuando nos queremos, cuando nos amamos.

No, nada de eso, aunque sí: muy, muy parecido.



Douglas Wright


18 de octubre de 2013

Mir y yo - (¡ah!, esa risa de Mir...)




Mir y yo - (¡ah!, esa risa de Mir...)


¡Ah!, esa risa de Mir
me campanillea el alma,
me hace cosquillas, me alegra,
me da certezas, me calma.

¡Ah!, esa risa de Mir,
que flota como una brisa,
le da alegría a mi día,
hace reír a mi risa.

¡Ah!, esa risa de Mir
revolotea por mi casa;
¡ah!, esa risa de Mir,
que me acaricia y me abraza.


Douglas Wright

  

Mir y yo - (“somos raros”)




Mir y yo - (“somos raros”)


“Somos raros”, dice Mir
—yo asiento con la cabeza;
somos raros, es muy cierto,
es la única certeza.

“Somos raros”, dice Mir,
“tan raros como marcianos”
—que se miran a los ojos,
que caminan de la mano.

“Somos raros”, dice Mir,
“más raros que qué sé yo”
—somos raros, muy, muy raros,
¡así somos Mir y yo!


Douglas Wright



16 de octubre de 2013

¿Un sombrero con bufanda?


¿Un sombrero con bufanda?
(Fotos que generan poesías...)


 

¿Un sombrero con bufanda?
¿Mis ideas tienen frío?
Debe ser por practicar
eso del libre albedrío.


Douglas Wright


Así surgen mis ideas


Así surgen mis ideas

(Fotos que generan poesías...)



Así llegan mis ideas:
en un rayito de sol
que acaricia mi sombrero
(como el de ese Indiana Jones).

Así surgen mis ideas:
de ese rayito de sol
que se posa en mi sombrero
(el de este Indiana “Yo”).


Douglas Wright


11 de octubre de 2013

Mir y yo - (encedemos fuegos)





Mir y yo - (encedemos fuegos)



Mir y yo encendemos fuegos
en esta noche azulada;
por cada fuego encendido,
una estrella iluminada.

Mir y yo, dos marcianitos
que haciendo fuegos se entienden;
Mir y yo encendemos fuegos
y los fuegos nos encienden.

Mir y yo encendemos fuegos
en esta noche estrellada;
con cada fuego encendido
hay un brillo en la mirada.


Douglas Wright


5 de octubre de 2013

Mir y yo - (receta para una pizza marciana)



Mir y yo - (receta para una pizza marciana)


Ingredientes:

1) Mir y yo (¡fundamental: sin Mir y sin yo no hay pizza marciana!).

2) Una prepizza de primera (no comprada en el almacén, no comprada en el supermercado, no comprada en la panadería sino en la fábrica de pastas de mi barrio, en mi planeta de otoños y de plazas). (La fábrica de pastas es —en realidad— una fachada, un disfraz, un frente, detrás del cual se oculta la mejor fábrica de prepizzas de toda la galaxia.)

3) Quesos. Muchos quesos. Variados quesos. Cuanto mejor sea el queso: ¡mejor! Y cuanto más variados sean los quesos: ¡muchísimo mejor! (Seguramente la pizza marciana tiene —como Mir y como yo— alma de ratón.)

4) Tomates des-secados (es decir: tomates secos hidratados, humedecidos, humectados).

Otros ingredientes:

Huevos duros, a veces; aceitunas, siempre (a veces verdes, para variar; casi siempre negras); orégano, casi siempre; aderezo para pizza (aderezzo, como nos gusta llamarlo), casi nunca; aceite de oliva (primera prensada en frío), un chorrito debajo de la prepizza, y un chorrito arriba, antes del golpe de horno final. (Muy de vez en cuando, roquefort, para una pizza azul, y gruyere, que picamos mientras preparamos cualquiera de nuestras pizzas.)

Puede haber más ingredientes, por supuesto (de acuerdo con cada marciano —de acuerdo con cada pareja de marcianos), pero para Mir y para mí, estos son suficientes.

Ahora, el modo de preparación:

Ponemos la prepizza en el horno (encendido, cuando nos acordamos —si no, la pizza marciana tarda más), a fuego bajito, muy bajito (si no, la pizza marciana seguro se nos pasa —¡como ya nos pasó!).

Mientras esperamos, nos zambullimos en la computadora, en los libros o en los discos (y terminamos bailando, leyendo una poesía o viendo una película desparramados en nuestro nido). Cuando nos acordamos (o cuando nos pica la panza), volvemos al horno que, por suerte, estaba bajito, muy bajito.

El queso: ¡los quesos! Cortamos tiras de queso fresco o muzzarella (según la época, según las ganas, según los precios) y volvemos la prepizza enquesada al horno (muy bajito, siempre). Entonces: ¡a rallar más quesos! Provolone y sardo, casi siempre, que rallamos mientras reímos (y que parecen reír mientras los rallamos). (¡Ah, es una delicia rallar quesos con Mir!) Así, entre risa y risa, un pedacito de provolone para Mir, un pedacito de sardo para mí, y después, al revés... Y charlamos y reímos, y reímos y rallamos, hasta que el olorcito que sale del horno nos dice: “¡ya!”.

Sobre la manta de queso derretido Mir hace llover las escamas de queso rallado con una gracia musical (como copos de nieve en cámara lenta —o como esos panaderos que anuncian la llegada de la primavera). El queso fundido recibe al queso rallado con un suspiro de alegría (o tal vez somos nosotros los que suspiramos, no lo sé).

Ahora sí, el horno al máximo y la pizza adentro para el toque final, pero con una condición: no nos movemos de al lado del horno. (Y tampoco hablamos, y tampoco nos reímos, y tampoco nos miramos —aunque tomados de la mano, eso sí). El menor descuido y: ¡chau pizza marciana! (Una mirada, y ¡a bailar! Una sonrisa, y ¡a dormir una siesta llena de películas! Una palabra, y ¡horas y horas de charla!) Así que, nada: calladitos, de la mano, con la mirada fija en el horno, hasta que una musiquita olfativa (un Ding-Dong de olorcitos sabrosos) nos indica que ya está.

Los tomatitos, las aceitunas, el orégano, y corremos con Mir a la mesa a saborear nuestra pizza.

Pero si —como ocurre a veces— en el trayecto desde el horno hasta la mesa surgen esas miradas y esas sonrisas que llevan a bailes, películas y charlas, la pizza marciana queda para el desayuno del día siguiente: ¡nuestro suculento desayuno marciano!


Douglas Wright