14 de diciembre de 2012

Había una vez un circo



Los payasos no hacían reír,
las amazonas se caían de los caballos,
los equilibristas estaban desequilibrados,
el megáfono del maestro de ceremonias
—que para colmo era flaco—
se había quedado sin pilas,
y el domador había perdido tres veces
la cabeza.

Pero nada de esto importaba
porque el público era maravilloso.
Todos se divertían y la pasaban bien
sin necesidad de ver el espectáculo.
Cantaban y bailaban, y jugaban y reían
hasta que terminaba la función.
Entonces se despedían
—con un apretón de manos o un abrazo—
y se iban a sus casas a esperar
la llegada del próximo circo.







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