3 de agosto de 2011

Pato y Pico - La carrera



Pato tenía un auto verde y Pico tenía un auto rojo. Les gustaba arrodillarse a jugar con ellos sobre la alfombra, una vez en lo de Pato, otra vez en lo de Pico, porque cada casa tenía una sala y cada sala tenía una alfombra.



Las dos alfombras tenían dibujos geométricos —cuadrados, rectángulos y triángulos de colores— que para ellos eran como calles y avenidas por donde los autos, el verde y el rojo, circulaban a gusto.
La alfombra de la casa de Pato era ovalada. Una banda amarilla y gruesa la contorneaba dibujando una especie de pista de carreras del ancho justo de los dos autos.



—Te juego una carrera —dijo Pato con entusiasmo.
—No sé, no tengo muchas ganas —respondió Pico (estaba en uno de esos días en que no tenía ganas de nada).
—Dale —insistió Pato—. Una sola.
—Bueno, pero con una condición.
—¿Cuál? —preguntó Pato, intrigado.
—Que yo corra con tu auto y vos con el mío —respondió Pico.
—Está bien —asintió Pato, ansioso por empezar.
Se arrodillaron sobre la alfombra con los autos en la mano, cantaron “preparados, listos, ¡ya!”, y largaron.
Fue la carrera más larga de la historia (al menos de la historia de todas las carreras que habían corrido ellos). Duró como seis días y seis noches, o al menos eso fue lo que les pareció. La cosa fue así: Pato hacía andar el auto rojo de Pico lo más despacio que podía, para que el auto verde que manejaba Pico, y que era el suyo, llegara primero. Y lo mismo hacía Pico con el auto verde de Pato.
Cuando la mamá de Pato los llamó a merendar leche chocolatada y galletitas, los dos estaban dormidos sobre la alfombra, cada uno con el auto del otro en la mano, a menos de diez centímetros de la largada. Ella opinó que había sido un claro empate, y que la leche chocolatada se enfriaría si no la iban a tomar enseguida, es decir, después de lavarse las manos.
Cuando se sentaron a la mesa, ambos sonreían. Pico, porque ya se le habían pasado las ganas de no hacer nada, y Pato, porque ésta era la primera vez que Pico no le ganaba una carrera.


Douglas Wright

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